Los tres errores de la tragedia de Santiago de Compostela

No se trata de revolver la tristeza de esta ingrata tragedia evitable ocurrida en las cercanías de Santiago de Compostela precisamente a dos horas de que comenzaran los festejos de la fiesta mayor en honor al Apóstol Santiago, con «la quema simbólica» de la fachada de la Catedral. Ya muchas personas hacían la espera en la Plaza del Obradoiro y muchas otras iban llegando desde los diversos puntos de la ciudad, sus alrededores y aldeas vecinas. No queremos revivir la tristeza ni señalar «culpables», ya bastante tendrán los principales actores con el peso de la conciencia y la memoria que los acompañará.
Pero sí es oportuna una reflexión y oprtuno también señalar los tres principales errores cometidos. Cualquiera de ellos provocaría la tremenda tragedia y cualquiera de ellos podría evitarla, pero se cometieron tres. El primero y probablemente el más importante corresponde a las autoridades de Renfe. No es imaginable ni encaja con el sentido común que un solo maquinista esté a cargo del manejo de un convoy con más de doscientos pasajeros, que circula a doscientos kilómetros por hora. Una sola distracción, o un malestar imprevisto, sin otro maquinista que tome el mando o dé el aviso de alguna falla que pasa inadvertida para el que va atento al manejo, puede ser fatal. Y así fue, lamentablemente así fue.
El capitán del ejército, que viajaba con su esposa y dos hijas, una de las cuales y su esposa fueron víctimas fatales, y quería descender en Pontedeume, pidió al interventor que le comunicará esa inquietud al maquinista para que al llegar a ese destino circulara por la vía correcta para poder apearse en aquella estación. Aún faltaba una hora para llegar a ese destino y el interventor, imprudente se comunicó por teléfono con el maquinista, con el tren en marcha a alta velocidad, faltando dos o tres minutos para que el convoy hiciera una parada en la estación próxima de Santiago. Otro error humano de alto calibre. Debía esperar a que el tren estuviera parado para efectuar esa llamada.
Y el tercer error. El maquinista se distrajo al atender esa llamada que duró casi un minuto. Cuando salió del túnel «no sabía» de que túnel salía, según dijo. A muy pocos cientos de metros ya estaba la curva peligrosa y cuando reaccionó los frenos ya no respondieron adecuadamente ya que iba a más del doble de la velocidad permitida en ese tramo. Tampoco atendió las señales automáticas que le avisaban que iba excedido de velocidad. Todo eso por la distracción que provocó la comunicación telefónica que no debía haber atendido o simplemente decir «llámame cuando pare el tren» y cortar de inmediato. Eso le llevaría tres segundos y no cuarenta y siete o más que fue lo que duró la conversación con el interventor. De haber otro maquinista a su lado se hubiera evitado todo. Y así, volvemos al principio.
La tragedia ocurrida en mayo de 1952, a la salida de la estación de Padrón hacia La Esclavitud, también sucedió por un error humano. Un maquinista dejó momentáneamente estacionados dos vagones cargados de gasolina en las vía de tránsito pensando que no pasaría ningún tren hacia o desde Santiago a esas horas. El tren que venía de Madrid, paró en Padrón y poco después de emprender su marcha se incrustó contra esos vagones cargados con combustible. La máquina a vapor, el vagón  siguiente con el carbón y los dos primeros vagones con pasajeros fueron devorados por el fuego. La esposa y dos hijas del jefe de la estación, que él las despedía minutos antes de que el tren emprendiera su marcha, viajaban en el primer vagón.
Los integrantes de la coral Rosalía de Castro -Cantigas e Agarimos-, que regresaban de Madrid después de concurrir a un concurso regional de corales, viajaban en el primer y segundo vagón, pero en Redondela, por solicitud del revisor pasaron al último vagón, así no molestarían a los demás pasajeros con su cantarola contínua. Por ese detalle «fortuito» tdos los integrantes del coro se salvaron. El rumor había llegado a la estación de Compostela y comenzó a circular por la ciudad. La gente que esperaba en la estación a ese tren que jamás llegaría a destino comenzó a correr de aquí para allá sin saber qué hacer. Algunos se fueron caminando o corriendo o en bicicleta hasta el lugar del accidente. En la Plaza del Toral se fue congregando la gente del pueblo. No se sabía bien lo que había pasado y los rumores que circulaban eran de todo tipo, hasta lo más trágico. Por fin unas dos horas después algunos pasajeros llegaban en un autobús de la empresa Calo, y más tarde otros fueron llegando a pie con sus ropas hechas arapos y las señales del siniestro en sus rostros. A cada uno que iba llegando la gente se le abalanzaba para preguntarle por «fulano o mengana». Mi mamá, mi hermano y yo estábamos en la Plaza del Toral. Mi padre y mi hermana inegraban esa coral y viajaban también en ese tren.