La Puerta de Alcalá y una situación insólita

Durante varios meses de este año fui invitado a una audición radial para hablar acerca de variados temas generales con anécdotas sobre mis libros como eje principal. Casi todos los jueves por la tarde estuve allí, sin falta, salvo alguna ocasión en la que estaba fuera de la ciudad e igual concretábamos una comunicación telefónica que salía directamente al aire. Todo estuvo muy bien siempre, las anécdotas y comentarios que salían al aire gustaban, al parecer, pues se recibían mensajes de texto alentadores y alguna que otra llamada telefónica, mencionando que les agradaba lo que estaban escuchando. La directora del programa me animó siempre, y me sigue animando pues aún estuve el viernes pasado después de un mes de ausencia.

La verdad es que se trata de una labor muy reconfortante sobre todo cuando se suceden respuestas de la audiencia que demuestran interés. Entonces uno piensa, «bueno, al menos no es tiempo perdido, a alguien le agradan estas historias que se comentan». Por otra parte, aunque en principio se presenta como algo difícil de superar, no lo resulta tanto debido principalmente al entusiasmo que va en crecimiento, pero especialmente a la profesionalidad de la directora del programa que acierta y tiene soltura para formular las preguntas, entonces para el que tiene que responder, «todo va viento en popa». Podríamos decir que la responsabilidad recae en otra persona, o sea quien conduce el programa.

Pero, no por ser verano el tiempo deberá estar bueno, una tormenta se puede presentar en cualquier momento. Una de las últimas veces que concurría a esa audición, a finales del mes de julio, llego a la emisora de radio y veo que la audición estaba funcionando desde hacía varios minutos, pero en la mesa solo estaban los micrófonos, no había absolutamente nadie más. El experiente operador, sin inmutarse lo más mínimo, mantenía la marcha del programa con música, propaganda y algunas entradas de la directora, todo grabado. Yo me quedé parado en la puerta, algo sorprendido, sin saber qué hacer, hasta que el operador me invita a pasar a la mesa… ¡vacía! Solo los micrófonos y yo.

El operador se fue a atender lo suyo. De vez en cuando me miraba a través del cristal y me hacía unas señas que por poco me hacen entrar en pánico. No, no creo que entrara en pánico, ni siquiera estaba nervioso, solo que, de acuerdo a las señas entendía que debería empezar a hablar en cuanto terminara la música. Algo habrá visto en mi semblante porque lo que hizo el operador fue «alargar la música» y rápidamente se acercó a la mesa para darme la explicación que yo esperaba.

«Ah… a la directora le cambiaron el horario en la otra audicón, ya viene en camino, llega en diez minutos.» Quién sabe que cara puse porque cuando se retiraba a su puesto, vuelve para decirme… «En cuanto termine la música, te doy la señal y… ¡tú comienzas!» No esperó a que le preguntase «¿Cómo?» Se fue raudo, sonreía desde el otro lado del cristal, como si todo estuviese normal y se balanceaba al compás de lo que se escuchaba. De vez en cuando hacía una seña que indicaba, según creí, «atención, ya te toca…»

«La Puerta de Alcalá… y ahí está… la Puerta de Alcalá… viendo pasar el tiempoooo. Y ahí está, viendo pasar el tiempoooo…»

Y afortunadamente ahí estaba «La Puerta de Alcalá, viendo pasar el tiempoooo…»

Mientras escuchaba, pensaba en qué diría al encontrarme solo ante el micrófono con qien sabe cuanta gente del otro lado esperando escuchar algo coherente. Y sí, pensaba que diría algo así como… «Bueno, me llamo fulano y estoy aquí, solo, porque la directora aún no pudo llegar y bla… bla… bla…» «¡No!… ¡no!… ¡no! A nadie le interesa que la directora no esté y que tú te llames fulano y que estés solo. A nadie le interesa eso. ¡Inventa otra cosa, algo coherente, simple y si puede ser, que sea emotivo… ¿Entendiste?!» «¡Sí, si!», le respondí a la voz enérgica que escuchaba desde mi interior y me ponía en alerta.

¡Qué suerte! Esa música era mágica. Estaba embelesado escuchándola, cuando de pronto ¡zas! Termina el disco y el operador me hace unas señas aparatosas, siempre con una sonrisa que pretendía transmitir calma, supongo. «Bien, llegó el momento. ¡Al agua ya!» Otra vez la voz interior… Mientras yo pensaba… «Solo frente al Mundo y no sé que hacer.» Y de pronto me sorprendí yo mismo, con una voz calmada que no se acordó de las «buenas tardes», ni de ninguna explicación, en absoluto y fue directo al grano.

«Sí, allí está la Puerta de Alcalá… viendo pasar el tiempo. Sí, allí está, la Puerta de Alcalá…» «Los libros también están allí y aquí y en todas partes, los libros también están viendo pasar el tiempo y al mismo tiempo están viendo las historias que pasan a través de él… Y después, los libros nos cuentan esas historias que ven pasar a través del tiempo…»

Seguidamente, todo sucedió en escasos segundos, al mismo tiempo, el operador cortaba la transmisión, ponía otra vez la misma música, sonreía de oreja a oreja y apuntaba con los pulgares hacia arriba y… la directora del programa transponía la puerta del estudio y me miraba con los ojos grandes como el dos de oros y una amplia sonrisa en su semblante. ¡Ufff!… ¡Qué alivio!

El séptimo «hijo»

Tengo el enorme agrado de anunciar el nacimiento de mi séptimo «hijo», que vio la luz en Lleida, Cataluña, el 19 de agosto pasado. Por supuesto que ya lo conocía antes de nacer pero no estuve presente cuando llegó al Mundo. Nos encontraremos por primera vez el 10 de octubre en Santiago de Compostela, lugar de mi nacimiento, donde tendré el honor y la satisfacción de presentarlo en sociedad.  ¡Bienvenido!

El pasadizo secreto. La última fuga

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MANUEL LOSA ROCHA
MANUEL LOSA ROCHA
         El pasadizo secreto           La última fuga
Novela de género juvenil atrayente también para lectores de cualquier edad. Describe una época de gran relevancia en la historia de Galicia y, dada la temática, por extensión, de toda España. Algunos de los protagonistas de esta “historia” se ven envueltos en una trama que ayuda a huir del país a perseguidos por el régimen de gobierno franquista debido principalmente a causas políticas. A través de la lectura de estas páginas de ritmo intenso, donde se destaca la descripción de la Compostela del momento, queda de manifi esto la notoria evolución y madurez que adquieren un grupo de adolescentes a medida que van descubriendo la realidad, en la época peculiar de la posguerra. Una última e inesperada fuga, las variadas y atrapantes historias, entre ellas la de un amor juvenil, intenso y problemático, que envuelve a uno de los protagonistas, y su imprevisto desenlace, mantienen vivo el interés hasta las líneas finales.Manuel Losa Rocha (Santiago de Compostela, 1940). Reside en Montevideo (Uruguay) donde ejerce de escritor, librero y editor. Socio fundador del Patronato da Cultura Galega de Montevideo. Miembro del Consejo Directivo del Centro Gallego de Montevideo y Hogar Español de Ancianos. Integra la Comisión Fiscal de la Asociación de Empresarios Gallegos del Uruguay. Integrante de la Banda de Gaitas Irmandade. Entre sus libros destacan Relato de un emigrante, De Santiago de Compostela a Montevideo, El vendedor de libros, El bosque de la condesa, Dos cofres de plata, El bastón de don Nicanor, El Niño ciego, Cinco días en Londres, Cuatro historias de emigrantes, La Galicia de Montevideo, Desde el otro lado del mar. Los regresos del emigrante.