El último año en mi paraíso pasé parte de la temporada estival en casa de mi tía Maruja, en Noia. Allí tenía una amiga, Milucha. Ella emigraba igual que yo, su barco era el «Yapeyú», el mío «Juan de Garay». Ese verano solo hablábamos de Uruguay y de lo exótico de los nombres de nuestros buques… Y, llegado el momento, nos despedimos así, plenos de alegría y expectativa, ignorando entonces la epopeya que nos esperaba… el desarraigo, la adaptación, el sufrimiento… en fin… poniendo el humor y optimismo por delante de todo, actitud propia de la edad, nombrando cada uno su barco… siempre riéndonos por la simpatía que nos causaba el nombre que repetíamos una y otra vez… hasta perdernos de vista… ¡Yapeyú!…. ¡Yapeyú!… La casualidad quiso que varios años después nos encontráramos de nuevo en el lugar que el destino nos había asigado y continuamos siendo buenos amigos, hasta que retornó a Madrid tiempo después. Y nunca más volví a tener noticias de mi amiga Milucha.
Pero la casualidad también quiso que conociera, cincuenta y siete años después, en la ciudad de Buenos Aires, a otra emigrante procedente de algún lugar del entorno de Compostela, pasajera del mismo barco y el mismo viaje. María Rosa estaba presente en la presentación de «Catro historias de emigrantes» en la Federación de Asociaciones Gallegas de Buenos Aires. Su hijo, Ruy Farías, intervenía en la parte inicial de la presentación y, después de la misma, tuve la fortuna de mantener una conversación muy agradable con María Rosa.
Ayer recibí un correo muy emotivo, de la pasajera del «Yapeyú», que mueve a la reflexión, que tengo el agrado de transcribir… tal cual…
Estimado Manuel:
Leí y releí su libro, «Catro historias de emigrantes» y tengo que confesarle que me emocionó hasta las lágrimas. Me recuerda mucho de lo vivido por mi propia familia. Me evocó la gesta de quienes nos precedieron, tan solos y tan desamparados que no tuvieron más remedio que sacar fuerzas de su flaqueza.
Su libro está escrito con lenguaje claro, sin retóricas, poéticamente pero llamando a las cosas por su nombre: el hambre, la poca instrucción, el trabajo esclavo, la falta de perspectivas. También llama por su nombre a la ilusión, el miedo, la decepción, la explotación y la humillación, la solidaridad, la buena y mala fortuna, el amor y también el desamor. Lo humano es nombrado con esa naturalidad que alcanza en la vida real porque nos conforma a todos. Ahí, en esa fidelidad a la historia, encuentro el enorme valor testimonial de su libro.
Creo que debe ser leído no sólo por los gallegos de allá o de acá. Sigue leyendo →