Advertencias para emigrantes

De la Introducción de «Cuatro historias de emigrantes» – Ante la corriente migratoria hacia América, en constante crecimiento y en paralelo a las exigencias de los países receptores, las autoridades españolas, a los que tenían intención de emigrar, alrededor de 1930, les entregaba un librito de muy pocas páginas, en papel rústico y carente de pie de imprenta ni fecha, ni indicación de quien lo publicaba y que llevaba por título Advertencias para emigrantes.

En dicho librito  se publicaban las «Advertencias útiles a los emigrantes que se dirijan a: República de Cuba; Estados Unidos de Brasil; República Argentina; República Oriental del Uruguay. Se advertía en cuanto a la documentación necesaria y demás requisitos formales para ser aceptados como inmigrantes en cualquiera de los países mencionados. En todos los casos era excluyente ser discapacitado, tener más de sesenta años de edad y otras exigencias; también en cuanto al ingreso de menores de edad, mujeres que viajaban solas o enfermos mentales, se establecían determinadas restricciones. En el caso de Argentina, además, se informaba en relación a posibilidades de ayuda que podían encontrar a su llegada al país, proporcionando también nombres y direcciones de entidades gallegas y españolas.

Las autoridades españolas tenían registro de los numerosos centros y asociaciones de emigrantes existentes en Buenos Aires, así como en las demás capitales sudamericanas y en

el libro de Advertencias incluían el nombre y dirección de ochenta instituciones de la ciudad de Buenos Aires y alrededores, ya que esa capital era punto de destino preferido. De tal forma, el emigrante tenía presente la existencia de esas asociaciones a las cuales podía recurrir en busca de ayuda en caso necesario. El emigrante buscaba entre esos centros el más afín o próximo a su comarca, villa o ciudad y necesario o no, concurría con premura para alternar con paisanos. En Montevideo existían numerosos centros también, aunque en menor cantidad, proporcional al tamaño de la ciudad, sus habitantes y la emigración que recibía. Los porcentajes eran similares en las dos ciudades y los emigrantes que llegaban a las dos orillas del Río de la Plata no sentían el desarraigo tanto como los que se dirigían a otros puntos de América del Sur.

Para entrar a los dos países del Río de la Plata, Argentina y Uruguay, como emigrante con pasaje de tercera clase, había que tener contrato de trabajo o carta de reclamación de algún familiar o persona responsable que comprobase que podía hacerse cargo del emigrante. Los trámites para poner en regla la documentación necesaria insumían varios meses y visitas reiteradas al consulado correspndiente. Algunos jóvenes que no podían reunir los certificados o no tenían quien los reclamara o estendiese contrato de trabajo y además no tenían forma de reunir el dinero necesario para la compra de un pasaje de clase turista, por lo tanto muchos se arriesgaban como polizón con el consiguiente riesgo de ser descubiertos, lo cual acontecía a veces, siendo deportados desde el primer puerto donde hiciera escala el buque. Otras veces la suerte los acompañaba y hasta eran ayudados por la tripulación del barco, con el desconocimiento del capitán por supuesto, logrando desembarcar en Montevideo, Buenos Aires o cualquier otro puerto, deambulando después por la ciudad, tal vez con algunas monedas que los mismos tripulantes les metían en los bolsillos y un papel con una dirección de algún emigrante residente que terminaba prestándole ayuda de algún modo o cuando menos dándole cobijo al comienzo.

Continuará…