«O vendedor de libros»

«O vendedor de libros», 1ª edición, en galego… «El vendedor de libros», 3ª edición en castellano, Losa Ediciones. Imperdible, recomiendo efusivamente su lectura emotiva, real como la vida misma, profusión de anécdotas y personajes. El pasado reciente «se desnuda» a través de sus páginas. Por momentos… es como «para reir a carcajadas», o en la siguiente página… para reflexionar profundamente.

«A leitura é uma fonte inesgotável de prazer mas por incrível que pareça…»

"A leitura é uma fonte inesgotável de prazer mas por incrível que pareça, a quase totalidade, não sente esta sede."</p><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br />
<p>Carlos Drummond de Andrade

Fotografía copiada del Facebook… «O vendedor de livros» que también tiene un blog con el mismo título. El hallazgo de este blog  me inspiró para esta nota de hoy.

Precisamente, la fotografía que acompaña esta nota es muy  significativa. Los ojos del gato parecen escudriñar el corazón y la mente del mismo autor, de su memoria, mientras escribía este texto.  Sigue leyendo

La jaula de oro – «Desde el otro lado del mar»

Alameda de CompostelaAlameda de Compostela

‘La jaula de oro’ es uno de los veintinueve capítulos ampliamente reflexivos del libro «Desde el otro lado del mar. Los regresos del emigrante», que comienza así en la página 87…

«…(…) A pocos cientos de metros de distancia , desde mi casa se oían las campanadas del reloj de ‘la torre de la Berenguela’, a veces… ‘según de donde soplara el viento’. Pero desde la tienda de boinas y sombreros de la Rúa del Villar, a poco más de cien metros de la Catedral era imposible no oírlas todas(…) Eran las doce del medio día y vibré con esas dieciseis campanadas que sentí en todo mi cuerpo y mi mente se encargó de trasladarme por un momento otra vez a mis tiempos despreocupados y felices. Como si ese reloj se hubiese parado… ¡por treinta y cuatro años! Al menos esa era mi sensación.

Tal vez entraría a esa tienda (…) frente al cine Yago en cualquier otro momento, pero mi padre me había encargado que le llevara una boina y allí concurrí cuanto antes. Recordé entonces mi pasaje por delante de ese comercio cuando era niño, docenas, cientos de veces. Cuando mi padre me mandaba a la relojería de Mayer a buscar un repuesto para reloj, si tenía en mis bolsilos una moneda de perra o patacón, seguía por debajo de los soportales si llovía, lo cual ocurría con frecuencia, hasta la tienda de boinas y continuaba por el ancho callejón de corto trayecto cuesta abajo y a pocos metros, frente a Correos, en el comienzo de la calle de La Raiña, me metía en una de las dos tiendas de alquiler de revistas y allí gastaba la pequeña fortuna. Para que no se notara mucho mi falta, tenía que leer rápidamente ‘El Caballero del Antifaz’… ‘Roberto y Pedrín’… ‘El Llanero Solitario’… y salir corriendo hacia nuestro taller de relojería para seguir desempeñando la función de ayudante de todo servicio. Esas monedas necesarias para satisfacer ‘el vicio’ de la lectura, las conseguía generalmente con mi tía Margarita. Cada canasto bien repleto de bellotas, que juntaba en la carballeira de Santa Susana, que servía de alimento para los cerdos que criaba, me lo valoraba nada menos que en un real(…)

El aspecto de la tienda era el mismo de hacía más de tres décadas, escaparates bien presentados, puerta de madera y cristales, mostrador de madera, estantes repletos de cajas de cartón que contenían boinas y sombreros de variado tipo. Nada había cambiado. Se respiraba antigüedad en ese lugar. Tal vez debido a la rutina, era basante parco el hombre que me atendió, unos años menor que yo y también poco expresiva su cara, más se parecía a un personaje de película muda que a un vendedor. Llegué a pensar que con esa parsimonia sería difícil tener éxito como vendedor de libros. Aunque eso sí, muy conocedor de las bondades de sus productos, breve lección que sabría de memoria, seguramente. Al menos dominaba uno de los aspectos fundamentales para ser un buen vendedor. ‘Este debe haber nacido allá por la década de 1950, es probable que no le haya tocado vivir la miseria que nos tocó a otros’, pensé otra vez y seguí con mis elucubraciones. ‘Su vivienda debe estar en los pisos superiores, probablemente tenga escasa comunicación con el mundo exterior’… ‘Vivir aquí, en este lugar y nada menos que en la Rúa del Villar a pocos metros de la Catedral, escuchando permanentemente las campanadas del reloj de ‘La Berenguela’… ¡Qué sublime!’ ‘¡Ah!… pero reflexiona un momento… -me dije- tú que tanto añoras y adoras tu tierra, ¿desearías vivir en una jaula de oro como esta?’ ‘¿Crees que podrías resistir el proceso de readaptación?’ ‘¿Cuánto te podría llegar a durar el ecanto?’ ‘¿Y tu otro amor?’

La señora que apareció por la puerta interior que comunicaba con la escalera que conducía al piso superior, me sacó del letargo. A partir de ese momento me sentí otra vez transportado en el tiempo. Nada más me faltaba mirarme en el espejo y verme de pantalones cortos y tirantes. No había ninguna diferencia en su vestimenta, ni en la forma de expresión pausada, retraída, que tenían las mujeres de cierta edad que habitaban en mi pueblo cuando yo era un niño»…

Desde el otro lado del mar… Los regresos del emigrante

Desde el otro lado del mar

El 26 de mayo, «el día del libro» vio la luz «Desde el otro lado del mar… Los regresos del emigrante».  Cuarenta y tres años antes, precisamente el mismo día, el autor se iniciaba como vendedor de libros, el oficio que lo atrapó para siempre (el comentario de tal acontecimiento se desarrolla en «El vendedor de libros»).

Después de más de veinte regresos a su tierra, ese emigrante, a raiz de un acontecimiento inesperado, de gran emotividad, se decide a profundizar e ir «más allá» en el análisis. Esto ocurre cuando Sigue leyendo